26 mar 2009

EL METODO SOCRÁTICO





Conjunto de procedimientos basados en el diálogo y en la inducción utilizados por Sócrates para guiar el acceso al conocimiento, ya que para este autor se establece una relación de validez entre la adquisición del saber y el método utilizado para dicha adquisición. De esta manera, alguien (un artista, por ejemplo) puede producir obras bellas, pero su producción está limitada por su auténtico desconocimiento de lo que la belleza es verdaderamente. Puesto que Sócrates no escribió nunca ninguna obra, no es posible describir de forma directa dicho método, y debemos remitirnos a los diálogos de Platón y a las indicaciones de Aristóteles, para poder tener un cierto conocimiento del método que utilizaba Sócrates para orientar el pensamiento hacia la verdad. Las enseñanzas de Sócrates se oponían a los sofistas que, en la medida en que sustentaban posiciones relativistas y escépticas, no perseguían la consecución de la verdad, sino que dirigían sus enseñanzas hacia la consecución del éxito. Por ello desarrollaban técnicas de retórica que tendían más hacia el convencimiento de los demás que hacia la verdad. En cambio, Sócrates dirige su pensamiento y su magisterio hacia el cuidado del alma y la consecución de la verdadera areté (virtud), y para lograr este objetivo y alcanzar el conocimiento del bien, Sócrates utiliza como método fundamental el diálogo y la interrogación. Atendiendo al proceso del diálogo podemos distinguir en él dos partes: la ironía y la mayéutica. Atendiendo más concretamente a las formas de razonar que se dan en el mismo diálogo podemos distinguir entre la inducción y la definición.

 1º la ironía y la inducción. Sócrates interroga a sus interlocutores a partir de la confesión de su ignorancia sobre el tema que se va a tratar. De esta manera él -que solía afirmar que «sólo sé que no sé nada»- obliga a sus interlocutores a responder a las preguntas acerca del tema del diálogo (que habitualmente giraba alrededor de conceptos como el valor, la amistad, el amor, la justicia, etc.) y procede luego a examinar estas respuestas que, en general, no contestan la pregunta, puesto que en lugar de responder «qué es» la belleza, por ejemplo, las respuestas muestran casos particulares de cosas bellas, pero no «la» belleza en sí. Este examen de las respuestas es el que constituye el momento de razonamiento inductivo que Aristóteles señalaba como una de las aportaciones de Sócrates a la historia del pensamiento. Pero la ignorancia de Sócrates no es un mero no saber, ya que Sócrates reflexiona sobre los fundamentos del conocer y se da cuenta de que, en general, el pretendido saber es sólo un enmascaramiento de una ignorancia mayor, a saber, la de la ignorancia que se ignora a sí misma y se reviste con los ropajes de un falso saber o de un saber parcial. De ahí que esta ignorancia socrática aparezca como ironía.

 2º la mayéutica y la definición. La mayéutica socrática es el arte de dar a luz aquellas ideas que ya estaban en la mente de sus interlocutores pero sin que éstos lo supieran, a través de hacer patente la ignorancia revestida de falso saber que era el obstáculo principal para la adquisición del auténtico saber. Mediante este procedimiento, Sócrates libra el alma de sus interlocutores de su ignorancia, al hacerles ver las confusiones en las que descansaba su pensamiento pero, al mismo tiempo, libera también las verdades que están presentes de manera virtual en la mente de sus interlocutores, de forma que ayuda a dar a luz unos conocimientos que éstos poseen virtualmente pero que no conocen. Por esa razón Platón en el Teeteto compara a Sócrates con una comadrona ya que, de la misma manera que ésta, que solamente ayuda a alumbrar al hijo que está en las entrañas de otra mujer, Sócrates ayuda a dar a luz las ideas que ya están en la mente de su interlocutor. Por esto se puede considerar el método socrático como una aplicación de la máxima que estaba escrita en el frontón del templo de Delfos: «conócete a ti mismo».

Por otra parte, este proceso de la mayéutica permite reanudar el diálogo y dirigirlo hacia la búsqueda de la definición general del concepto que se está examinando. Esta definición pretende captar la esencia, es decir, «lo que es» y, por tanto, no puede ser una mera definición nominal (definir una palabra por otra palabra), lo que nos haría caer en un círculo vicioso. Pero, implícitamente, ello sugiere que si el diálogo es posible es porque los diferentes interlocutores comparten un logos común. Esta tesis implícita es la que permite a Sócrates postular la existencia de verdades absolutas, en contra del relativismo sofista. Pero la no aceptación de definiciones nominales es la razón por la cual los diálogos socráticos no acaban concluyendo en ninguna definición del tipo: «la belleza es...», o «la virtud es...», puesto que sólo sería definir una palabra por otras. Posiblemente, por esta razón, Sócrates renunció a escribir, ya que probablemente pensaba que no es posible articular lingüísticamente las definiciones, a las que solamente se llegaría mediante un proceso de intuición. El valor del diálogo está en el proceso mismo de la búsqueda del saber y de la liberación de la ignorancia, y este proceso, como ya hemos dicho, es fundamental para Sócrates.


Mayéutica

Término griego que designa el arte de la comadrona o partera.

 

Sócrates, a partir de su confesada e irónica ignorancia, no afirma, sólo interroga a sus interlocutores y examina aquello que el alma del interrogado ha producido, de forma que el proceso consiste en llevar al interlocutor al descubrimiento de la verdad a partir de una serie bien trabada de preguntas y respuestas, y del examen de las inconsecuencias que las respuestas originan. Con ello se trata de liberar a su interlocutor de aquello que creía saber pero que en realidad no sabía, es decir, para liberarlo de una ignorancia muy superior a la que Sócrates confiesa. Ahora bien, en la medida en que, en el proceso del diálogo, el interlocutor puede entender y aceptar las incongruencias que revelan sus respuestas a las preguntas de Sócrates, es porque, de alguna manera, ya posee unos conocimientos desde los cuales, al menos, puede juzgar sobre ellas. En este sentido, la mayéutica revela unos principios o unos fundamentos del conocimiento que el mismo interlocutor ya conocía sin saberlo y, por tanto, a través del proceso realizado en el diálogo, «da a luz» este conocimiento, a la vez que se libera de la peor de las formas de ignorancia, a saber, la que consiste en creer que se sabe algo cuando en realidad se desconoce.

 

Platón: la mayéutica socrática

Sócrates --No me hagas reír, ¿es que no has oído que soy hijo de una excelente y vigorosa partera llamada Fenáreta?

Teeteto --Sí, eso ya lo he oído.

Sócrates --¿Y no has oído también que practico el mismo arte?

Teeteto --No, en absoluto.

Sócrates --Pues bien, te aseguro que es así. Pero no lo vayas a revelar a otras personas, porque a ellos, amigo mío, se les pasa por alto que poseo este arte. Como no lo saben, no dicen esto de mí, sino que soy absurdo y dejo a los hombres perplejos. ¿O no lo has oído decir?

Teeteto --Sí que lo he oído.

Sócrates --¿Quieres que te diga la causa de ello?

Teeteto --Desde luego.

Sócrates --Ten en cuenta lo que pasa con las parteras en general y entenderás fácilmente lo que quiero decir. Tú sabes que ninguna partera asiste a otras mujeres cuando ella misma está embarazada y puede dar a luz, sino cuando ya es incapaz de ello.

Teeteto --Desde luego.

Sócrates --Dicen que la causante de esto es Ártemis porque, a pesar de no haber tenido hijos, es la diosa de los nacimientos. Ella no concedió el arte de partear a las mujeres estériles, porque la naturaleza humana es muy débil como para adquirir un arte en asuntos de los que no tiene experiencia, pero sí lo encomendó a las que ya no pueden tener hijos a causa de su edad, para honrarlas por su semejanza con ella.

Teeteto --Es probable.

Sócrates --¿No es, igualmente, probable y necesario que las parteras conozcan mejor que otras mujeres quiénes están encintas y quiénes no?

Teeteto --Sin duda.

Sócrates --Las parteras, además, pueden dar drogas y pronunciar ensalmos para acelerar los dolores del parto o para hacerlos más llevaderos, si se lo proponen. También ayudan a dar a luz a las que tienen un mal parto, y si estiman que es mejor el aborto de un engendro todavía inmaduro, hacen abortar.

Teeteto --Así es.

Sócrates--¿Acaso no te has dado cuenta de que son las más hábiles casamenteras, por su capacidad para saber a qué hombre debe unirse una mujer si quiere engendrar los mejores hijos?

Teeteto --No, eso, desde luego, no lo sabía.

Sócrates --Pues ten por seguro que se enorgullecen más por eso que por saber cómo hay que cortar el cordón umbilical. [...] Tal es, ciertamente, la tarea de las parteras, y, sin embargo, es menor que la mía. Pues no es propio de las mujeres parir unas veces seres imaginarios y otras veces seres verdaderos, lo cual no sería fácil de distinguir. Si así fuera, la obra más importante y bella de las parteras sería discernir lo verdadero de lo que no lo es. ¿No crees tú?

Teeteto --Sí, eso pienso yo.

Sócrates --Mi arte de partear tiene las mismas características que el de ellas, pero se diferencia en el hecho de que asiste a los hombres y no a las mujeres, y examina las almas de los que dan a luz, pero no sus cuerpos. Ahora bien, lo más grande que hay en mi arte es la capacidad que tiene de poner a prueba por todos los medios si lo que engendra el pensamiento del joven es algo imaginario y falso o fecundo y verdadero,(…) Eso es así porque tengo, igualmente, en común con las parteras esta característica: que soy estéril en sabiduría. Muchos, en efecto, me reprochan que siempre pregunto a otros y yo mismo nunca doy ninguna respuesta acerca de nada por mi falta de sabiduría, y es, efectivamente, un justo reproche. La causa de ello es que el dios me obliga a asistir a otros pero a mí me impide engendrar. Así es que no soy sabio en modo alguno, ni he logrado ningún descubrimiento que haya sido engendrado por mi propia alma. Sin embargo, los que tienen trato conmigo, aunque parecen algunos muy ignorantes al principio, en cuanto avanza nuestra relación, todos hacen admirables progresos, si el dios se lo concede, como ellos mismos y cualquier otra persona puede ver. Y es evidente que no aprenden nunca nada de mí, pues son ellos mismos y por sí mismos los que descubren y engendran muchos bellos pensamientos. No obstante, los responsables del parto somos el dios y yo. Y es evidente por lo siguiente: muchos que lo desconocían y se creían responsables a sí mismos me despreciaron a mí, y bien por creer ellos que debían proceder así o persuadidos por otros, se marcharon antes de lo debido y, al marcharse, echaron a perder a causa de las malas compañías lo que aún podían haber engendrado, y lo que habían dado a luz, asistidos por mí, lo perdieron, al alimentarlo mal y al hacer más caso de lo falso y de lo imaginario que de la verdad. En definitiva, unos y otros acabaron por darse cuenta de que eran ignorantes. Uno de ellos fue Aristides, el hijo de Lisímaco, y hay otros muchos. Cuando vuelven rogando estar de nuevo conmigo y haciendo cosas extraordinarias para conseguirlo, la señal demónica que se me presenta me impide tener trato con algunos, pero me lo permite con otros, y éstos de nuevo vuelven a hacer progresos. Ahora bien, los que tienen relación conmigo experimentan lo mismo que les pasa a las que dan a luz, pues sufren los dolores del parto y se llenan de perplejidades de día y de noche, con lo cual lo pasan mucho peor que ellas. Pero mi arte puede suscitar este dolor o hacer que llegue a su fin. Esto es lo que ocurre por lo que respecta a ellos. Sin embargo, hay algunos, Teeteto, que no me parece que puedan dar fruto alguno y, como sé que no necesitan nada de mí, con mi mejor intención les concierto un encuentro y me las arreglo muy bien, gracias a Dios, para adivinar en compañía de qué personas aprovecharán más. A muchos los he mandado a Pródico y a otros muchos a otros hombres sabios y divinos. Me he extendido, mi buen Teeteto, contándote todas estas cosas, porque supongo -como también lo crees tú- que sufres el dolor de quien lleva algo en su seno. Entrégate, pues, a mí, que soy hijo de una partera y conozco este arte por mí mismo, y esfuérzate todo lo que puedas por contestar a lo que yo te pregunte. Ahora bien, si al examinar alguna de tus afirmaciones, considero que se trata de algo imaginario y desprovisto de verdad, y, en consecuencia, lo desecho y lo dejo a un lado, no te irrites como las primerizas, cuando se trata de sus niños. Pues, mi admirado amigo, hasta tal punto se ha enfadado mucha gente conmigo que les ha faltado poco para morderme, en cuanto los he desposeído de cualquier tontería. No creen que hago esto con buena voluntad, ya que están lejos de saber que no hay Dios que albergue mala intención respecto a los hombres. Les pasa desapercibido que yo no puedo hacer una cosa así con mala intención y que no se me permite ser indulgente con lo falso ni obscurecer lo verdadero. Así es que vuelve al principio, Teeteto, e intenta decir qué es realmente el saber. No digas que no puedes, pues, si Dios quiere y te portas como un hombre, serás capaz de hacerlo.

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Teeteto,149a-151d, (Diálogos, Vol. V, Gredos, Madrid 1988, p.187-192).



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