21 nov 2010

ESTUDIANTES GIQ - EL PROBLEMA DE LA REALIDAD PARA LOS GRIEGOS

Generalmente, cuando hablamos de cosas reales estamos refiriéndonos al conjunto de cosas estables que constituyen el mundo. Pero a veces nos hacemos preguntas inquietantes. Nos preguntamos, por ejemplo, si las cosas son reales, a pesar de que continuamente percibamos sus cambios con nuestros sentidos. Pues, ¿cómo puede ser real una cosa que cambia, si al transformarse ha dejado de ser lo que era? Preguntas como ésta pertenecen al terreno de la metafísica y ya los antiguos pensadores griegos se las habían planteado y habían intentado responderlas.

EL DEVENIR

Heráclito creía que la reali­dad está en constante flujo, en un eterno cambio o devenir (devenir significa "llegar a ser"). Lo único estable para él era el hecho de que todo cam­bia, tesis que expuso oscura­mente cuando afirmó que el fuego era la naturaleza (physis) de las cosas. Tal vez Heráclito utilizó la imagen del fuego para hablar del principio de las cosas o arjé, porque el fuego no es estable, causa y destruye cosas, está en constante cam­bio de forma y parece vivo. También sostuvo Heráclito que el logos (la razón) cumple el mismo papel que el fuego como principio rector de toda la rea­lidad. Es probable que haya dicho esto, debido a que es nuestra razón la que se da cuenta del constante cambio de las cosas.

Platón y Aristóteles notaron acertadamente que la teoría de Heráclito tenía serias compli­caciones. Señalaron que una defensa tan radical del movi­miento imposibilitaba el cono­cimiento, ya que, al aceptar que todo cambia, ocurre que todo es posible, no hay nada que sea necesario y por tanto, la idea de una verdad estable y segura no tiene sentido. Por ejemplo, si alguien dice: Matilde se bañó en el río Cesar el tres de junio, y luego dice: Ma­tilde se bañó en el río Cesar el catorce de noviembre, en reali­dad no está diciendo nada, ya que, en razón del constante cambio de las cosas, la Matilde del catorce de noviembre no es la misma que la del tres de junio, y el río Cesar tampoco es el mismo. Es decir en ambos casos estamos hablando de cosas distintas: Matilde no es la misma en ambos momentos, pues es probable que, entre junio y noviembre, le haya cre­cido el cabello, le hayan com­puesto un vallenato o se haya cambiado de sexo. Otro tanto vale para el río Cesar, su agua nunca es la misma ya que está en constante flujo. ¿A qué esta­mos haciendo referencia enton­ces con las palabras? Según Heráclito, con las palabras no estaríamos significando nada, ya que no hay ninguna realidad que permanezca y que

sirva de referente al lenguaje. Una conclusión grave que se desprende de esta opinión es que el lenguaje no nos serviría para conocer el mundo. Esto es serio, porque el conocimien­to consiste en buena medida en discursos que describen la rea­lidad. Si no se puede descubrir la realidad, no hay entonces realidad para conocer.

NO TODO PUEDE SER VERDAD

Otra consecuencia que saca­ron Platón y Aristóteles es que, si aceptamos la doctrina de Heráclito, cualquier cosa es verdad; y esto es lo mismo que decir que no hay ninguna ver­dad. Si hay algo estable en la realidad, si existe un objeto de conocimiento que no dependa de circunstancias temporales, el conocimiento puede ser posi­ble, como conocimiento de objetos o conocimiento objeti­vo. Si la realidad cambia cons­tantemente, entonces no hay objetos, dando como resultado que nuestro conocimiento de la misma va a depender de nuestro punto de vista. En ese caso, lo que sea la "realidad" dependerá completamente de lo que yo opine o de lo que tú opines. Si esto ocurre, todo punto de vista es correcto y al mismo tiempo todo punto de vista es incorrecto.

Si me pare­ce que tal árbol es verde, y a otra persona le parece que es rojo, puesto que el árbol cam­bia, perfectamente las dos cosas podrían ser verdaderas (y falsas) al mismo tiempo. La distinción entre verdad y false­dad desaparecería. El caso más grave es el de las contradicciones. Puede que alguien piense que Hornero es el autor de la Ilíada y que otra persona piense que Hornero no es el autor de la Ilíada. Pero no es posible que en la realidad Hornero sea y no sea el autor de la Ilíada. Según Heráclito, puesto que las cosas cambian constantemente, las cosas son y no son al mismo tiempo. En ese caso, nuestro ejemplo es correcto. Pero desde el punto de vista lógico esto es inacepta­ble, pues una cosa no puede ser y no ser al mismo tiempo y bajo la misma relación. Si averigua­mos la verdad, esto es, si cono­cemos la realidad, tendremos que optar por alguna de las dos opciones. Pero los dos hechos, que son contradictorios, no pueden ocurrir al mismo tiem­po.

EL SER INMUTABLE

Veamos la posición de otro pensador griego. Parménides fue el filósofo que entre los griegos cuestionó la posibilidad de que el movimiento sea real. Los griegos entendían el movi­miento no sólo como traslación o cambio de lugar sino también como transformación y cambio de naturaleza. Parménides sos­tuvo que el movimiento, enten­dido en este sentido amplio, no es posible, porque la sola idea del movimiento implica que las cosas dejan de ser y que del no ser se puede originar el ser. Esta tesis de Parménides está inspirada probablemente en una confusión. Lo que conoce­mos de su obra nos da a enten­der que consideraba como lo mismo ser y existir. Veamos un ejemplo: (1) El árbol es verde (2) El árbol no es verde. Tanto (1) como (2) son enunciados que pueden ser o verdaderos o fal­sos según sea el caso.

Si en un tiempo TI el enunciado (1) es verdadero, tenemos que el enunciado (2) es falso, por ejemplo en la primavera. Pero si en un tiempo T2, digamos en el otoño, el enunciado (1) es falso, tenemos que el enuncia­do (2) es verdadero. Podemos decir que TI se encuentra en el orden temporal antes que T2; en ese caso (1) es verdadero en un momento y después lo deja de ser y (2), que era falso en el primer momento, luego se con­vierte en verdadero. El árbol, en el tiempo, ha cambiado. ¿Pero qué es lo que ha cambia­do? Parménides diría que no ha habido en realidad ningún cambio, sino que el cambio ha sido aparente, porque para él decir que "El árbol ya no es verde" sería como decir que "El árbol ha dejado de ser lo que es" o que ha dejado de existir. Tampoco se podría decir, según Parménides, que en T2: (3) El árbol es rojo, porque lo que no era (en TI) no puede comenzar a ser. Para prácticamente nin­gún filósofo griego era conce­bible que de la nada (el no ser) se originara el ser. Si algo es, es que se origina a partir de otra cosa que también es, pues no se entiende cómo de la ausencia de realidad (el no ser) se origi­ne la presencia de realidad (el ser).

LA SOLUCIÓN DE ARISTÓTELES

Aristóteles dio una solución a este asunto. Podemos decir que el enunciado (1) es verda­dero en el tiempo T1 y que es falso en el tiempo T2 porque lo que ha cambiado no es el árbol como tal sino una característi­ca del árbol, en este caso su color. Sería absurdo decir que en el tiempo T2 el árbol no es árbol o ha dejado de ser árbol, pues en ese caso no seguiría­mos hablando del árbol. En efecto, si decimos con verdad que en T2 (4) El árbol no es árbol, ya no estamos hablando de ningún árbol, pues estamos diciendo que el árbol ha dejado de existir en tanto que árbol. Aristóteles sostenía que nada deja de existir del todo ni nada comienza a existir a partir de la nada. Pero las cosas pueden cambiar, o mudando sus carac­terísticas (que se llaman "acci­dentes"), como el paso de (1) a (2) donde cambia el color del árbol pero el árbol no deja de ser árbol, o cambiando de forma cuando decimos, por ejemplo, (5) El árbol fue talado, caso en el cual, lo que era árbol ha dejado de serIo, pues al ser talado ha dejado de ser vivo. Simplemente la materia que antes constituía el árbol per­manece, pero con otra forma: madera. Aristóteles resumió su solu­ción proponiendo una clasifi­cación de las diversas formas de predicar propiedades en una oración. Esas formas se llaman "categorías" (del griego catego­rein, que significa predicar). Esta clasificación, que es lógi­ca, al mismo

tiempo es una cla­sificación ontológica (en otras palabras, una enumeración de las clases de cosas que compo­nen nuestra descripción de las cosas). Veamos en qué consis­ten estas dos categorías bási­cas:

SUSTANCIA O ENTIDAD: Algo es sustancia si es sujeto de predicación y no se predica de otra cosa. En nuestro ejem­plo, el árbol es sustancia por­que es sujeto lógico de los enunciados (1) y (2).

También es sustancia lo que permanece a través de los cam­bios. En el ejemplo, el árbol es sustancia, pues permanece en T2 siendo árbol, aunque haya cambiado de color. Además la sustancia es lo más real, pues no deja de ser, y propiamente hablando, es obje­to de conocimiento, pues es estable en el tiempo. Finalmente, la sustancia de un objeto es lo que se puede definir. La definición dirá lo que es el objeto en cuanto tal, lo que es el objeto en sí. Y lo que corresponde en la realidad del objeto a la definición de la sus­tancia es la esencia (ousia, en griego aquello que hace que una cosa sea lo que es). La esencia de un objeto, para Aristóteles, es la forma del objeto. Nuestro concepto (definición) de una cosa es nuestro conocimiento de la forma de ese objeto. Propiamente hablando se podría decir que, en Aristóteles, la sustancia es la forma.

En términos lógicos, una definición de una sustancia (el enunciado de la esencia de una realidad) se expresa en un enunciado en el que los térmi­nos sujeto y predicado son intercambiables, significando cada término del enunciado la misma clase de objetos. Por ejemplo, Todo Ser Humano es Ser animal racional es equiva­lente a Todo Ser animal racional es Ser humano, donde queda evidente que Ser animal racional y Ser humano significarían lo mismo. Si esta definición es correcta, no es posible decir bajo ninguna circunstancia' Ser humano no es Ser animal racio­nal, pues estaríamos diciendo: Ser humano no es Ser humano, lo cual constituye una flagran­te contradicción. Esto no suce­de con otros enunciados como Todo Ser humano es Ser Mortal, pues el enunciado correspon­diente con los términos inverti­dos: Todo Ser Mortal es Ser humano evidentemente no es verdadera. Luego, la propiedad (el predicado) de Ser Mortal no define (no da la naturaleza esencial) al Ser humano.

ACCIDENTE: Accidente es la propiedad que se predica de un sujeto (sustancia) pero que no es una propiedad esencial sino mera­mente posible. Que sea posible quiere decir que puede ser o no ser, dependiendo del instante de tiempo considerado. Si algo es necesario es que no puede no ser. Por lo tanto, ningún acci­dente es necesario al objeto. Por ejemplo, ¿qué es necesario a un árbol? Pues obviamente ser árbol o ser vivo. ¿Qué no es necesario de un árbol? Pues que sea verde, o grande, o livia­no, o frondoso, o enfermo, etc. En el enunciado (1) la propie­dad (predicado) de ser verde es accidental, pues puede suceder, como se muestra con el enun­ciado (2), que el mismo árbol deje de ser verde. Si dejara de ser árbol (como en 4), pues ya no estaríamos hablando del árbol. Pero si sigue siendo árbol, puede que cambie de color. Así, "rojo" y "verde" y otros predicados similares son predicados accidentales. Hay varios tipos de predica­dos accidentales. Veamos sólo unos casos.

· Accidente de cualidad: El árbol es rojo.

· Accidente de cantidad: El árbol tiene 8 metros de altura.

· Accidente de posición: El árbol está al lado de la casa.

· Accidente de tiempo: El árbol es Joven.

· Accidente de relación: El árbol es del vecino.

Queda claro que para Aris­tóteles hay varios tipos de rea­lidad. Hay realidades más básicas o fundamentales, las sustancias, y otras secundarias, como las propiedades acciden­tales. Mientras que Parménides veía la realidad como un todo inmutable y eterno en el que no cabía división; y mientras que para Heráclito toda la realidad se encontraba en constante mutación. Aristóteles, en cam­bio, logró resolver en parte la dificultad elaborando una des­cripción de la realidad que daba cuenta de sus partes esta­bles y de sus partes cambiantes, otorgándole sentido a nuestro lenguaje y posibilitando el conocimiento.

BIBLIOGRAFIA: ARCHILA Ruiz, Leonardo. Filosofia 10. Santafé de Bogotá, Santillana, 2000.

SERRANO López, Federico G. Filosofía I. Santillana, Santafé de Bogotá. 2006.